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Fermín ALLENDE, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Atender a las biografías de dos empresarios del imaginario literario bilbaíno es un ejercicio que nos permite observar la historia económica y empresarial desde una perspectiva diferente. A ello nos ayudará también el ponerlos en contacto con otros empresarios de la literatura occidental; con lo que estas biografías, a su vez, se dotan de un carácter más amplio y abierto.
Los dos empresarios de ficción brevemente analizados aquí son Ramón Aguirre, un personaje creado por Juan Antonio Zunzunegui, en La Quiebra (1947) y José Sánchez Morueta, producto de Vicente Blasco Ibáñez, en El Intruso (1904). Con ambos podemos aprender mucha historia económica y empresarial; no necesariamente datos concretos y rigurosamente históricos, sino sensaciones, percepciones y vivencias que pudo haber sentido el colectivo de empresarios bilbaínos hace un siglo.
A Ramón Aguirre lo sitúa Zunzunegui en el momento de auge de los negocios de Bilbao durante la neutralidad en la Primera Guerra Mundial (tema también tratado por otro escritor vasco, J. Zugazagoitia, en El Botín). Y posteriormente le hace sentir el reajuste traumático de la banca bilbaína ocurrido en 1925, cuando tuvo lugar la suspensión de pagos del Crédito de la Unión Minera y del Banco Vasco, entidades financieras que en la novela La Quiebra reciben el nombre de Banca Vascongada.
Nuestro personaje es un joven de estilo inglés, heredero de una banca familiar, profesionalmente competente y analista certero de la expansiva —aunque meramente pasajera— coyuntura derivada de la gran guerra. Un desencanto profesional posterior, unido a su oposición a la ampliación de capital de su negocio familiar y su consiguiente conversión en sociedad anónima, forzarán su retirada del mundo profesional. Ello no impedirá, sin embargo, que se vea salpicado por la posterior quiebra de la antigua banca familiar desde una doble perspectiva, tanto económica como psicológica.
La biografía profesional de Ramón nos permite analizar el negocio bancario de los Aguirre en el marco de la teoría actual sobre empresa familiar. De este modo somos informados acerca de aspectos tales como la formación del heredero, el reto de dos generaciones trabajando juntas, el momento y circunstancias en que tiene lugar el relevo generacional, la actitud del potencial sucesor ante el hecho de estar predeterminado como futuro propietario al frente de la firma, el cambio que supone una nueva titularidad en la empresa, la cultura familiar, el rol de los cónyuges, la participación femenina o, incluso, la forma de financiación utilizada en este tipo de empresas.
Asimismo, resulta interesante observar la trayectoria de los Aguirre en el ámbito de la literatura internacional sobre empresa familiar. Evidentemente, la gran novela europea sobre este tema es Buddenbrooks (1901), del escritor alemán Thomas Mann, en la que se trata con verdadera profusión todo lo relativo a esta modalidad empresas. Pero además de los Buddenbrooks, los Aguirre cuentan con otras dinastías de empresarios literarios con los que poder codearse, como son, por ejemplo, los londinenses Dombey, dedicados al comercio exterior (Ch. Dickens Dombey and Son, 1846-8); los británicos Baynes, ocupados en el comercio textil (A. Bennett The Old Wive’s Tale, 1908); los empresarios mineros británicos Crich (D. H. Lawrence, Women in Love, 1920); los minero-siderúrgicos Qurignon y Jordan (É. Zola, Travail,1901); o los industriales textiles catalanes Rius (I. Agustí, Mariona Rebull, 1944, El Viudo Rius, 1945, Desiderio, 1957, etc.).
Foto: Juan Mari Zurutuza.
Por otro lado, La Quiebra también puede ser analizada como novela financiera, perteneciente a este género literario desarrollado en Estados Unidos principalmente durante la primera década del siglo XX, o, en Europa, por el propio Zola en L’Argent (1891). En este sentido, cabe afirmar que aunque tradicionalmente se ha venido considerando a Bilbao como un pequeño Londres; de hecho, en La Quiebra —y, por supuesto, salvando las distancias— la capital vizcaína se convierte en una especie de pequeño Wall Street neoyorquino o La Salle Street de Chicago, un lugar de negocios al estilo de las novelas financieras de Edwin Lefévre, Theodore Dreiser, William Dean Howells o Frank Norris.
La trayectoria empresarial de Ramón Aguirre también nos permite analizar la representación literaria referida al proceso de quiebra de una empresa. Dado el propio título de la obra de Zunzunegui, resulta lógico pensar que el tema de la suspensión de pagos y el fracaso de un proyecto empresarial constituyen un aspecto central en esta novela. Y, efectivamente, es así. Además, en ella tenemos ocasión de observar prácticamente todos los ámbitos que son atendidos por la literatura que se dedica al tema; es decir, tanto los aspectos técnicos y concursales —que son tratados con verdadera meticulosidad—, como los efectos psicológicos provocados por la quiebra, en su vertiente de deshonor, vergüenza y rechazo social.
En la literatura europea, Honoré de Balzac es uno de los autores más respetados a la hora de tocar el tema de la quiebra, sobre todo en sus novelas Eugénie Grandet (1833) y César Birotteau (1837). También Dickens, en Dombey and Son (1846-8), tiene unos capítulos sublimes al respecto, referidos a la suspensión de pagos de la casa Dombey; o igualmente Th. Mann, en Buddenbrooks (1901), nos presenta dramáticamente la quiebra de la casa Grünlich; mientras J. Conrad, en Chance (1914), hace lo propio con los negocios del financiero De Barral; o Zola, en L’Argent (1891), con los de Monsieur Saccard. A su vez, en la obra de teatral de Henrik Ibsen, Juan Gabriel Borkman (1896), conocemos el duro calvario psicológico que atraviesa el empresario quebrado. Pues bien, como documento que refleje un contexto histórico-económico, La Quiebra, de Zunzunegui aporta incluso más sustancial información que algunas de estas obras mencionadas.
Por su parte, el contexto de El Intruso se sitúa en la industrialización de Bizkaia, centrándose principalmente en los sectores de la minería del hierro y de la siderurgia de la margen izquierda.
Blasco Ibáñez crea la biografía de Sánchez Morueta, explicándonos cómo de joven había realizado estudios de náutica y de qué forma optó por instalarse como empleado en Londres, donde iba a entrar en contacto con la moderna tecnología siderúrgica inglesa y con el convertidor Bessemer, que él mismo decidiría posteriormente implantar en Bizkaia. Su éxito profesional resultaría evidente, tanto como lo iba a ser el fracaso de su vida privada.
Pero lo que realmente nos interesa de esta biografía literaria es su carácter de arquetipo de empresario innovador. En todo ello resulta clave su estancia en Londres, donde tiene acceso —como se acaba de mencionar— a los nuevos avances británicos en materia siderúrgica. Se pone de manifiesto aquí la relevancia que adquiere la información en cualquier proyecto empresarial, e, indisolublemente unido a ello, la voluntad y capacidad a la hora de aplicar y rentabilizar esa información; es decir, el espíritu innovador y emprendedor que, aplicado a la figura del empresario, era tan cara al economista Joseph A. Schumpeter. Se refiere, de este modo, la iniciativa del empresario que cree en un proyecto rupturista, en una innovación —bien sea ésta de carácter organizativo o bien tecnológico— y que se esfuerza por ponerla en práctica, asumiendo el consiguiente riesgo inherente a su carácter pionero.
En la figura empresarial de Sánchez Morueta también vemos un claro ejemplo de integración vertical, con intereses abarcando prácticamente toda la gama productiva. Blasco Ibáñez nos describe en ello lo que perfectamente podría tratarse de una gran corporación o trust al estilo norteamericano. El resultado es una entidad empresarial con enorme volumen de negocio. Lo que realmente hace aquí el escritor valenciano es aglutinar en la figura de Sánchez Morueta la actividad de grupos como los de Víctor Chávarri, los Ybarra, Martínez Rivas, Ramón de la Sota, etc.
Foto: judepics.
Es curioso, no resulta fácil poder comparar a Sánchez Morueta como empresario innovador con otros empresarios de la narrativa occidental. En parte debido a que en ocasiones la literatura crea meros estereotipos y caricaturas difícilmente creíbles, tal y como lo son muchos empresarios de la ficción dicknesiana (Mr. Scrooge en A Christmas Carol, 1843; Mr. Merdle en Little Dorrit, 1857, etc.); en parte porque muchos empresarios de la literatura son presentados como meros especuladores, no dedicados a la inversión directamente productiva (Mr. Melmotte, en The Way We Live Now, 1875, de A. Trollope; Saccard, en L’Argent, 1891, de É. Zola); o en parte debido también a que en ocasiones no encontramos un empresario individual al frente de una gran empresa, sino anónimos consejos de administración un tanto diluidos y abstractos; lo cierto es que no es sencillo topar con empresarios de ficción similares a José Sánchez Morueta. Claro que, después de todo quizá no haya que buscar tan lejos para encontrar a alguien que se le asemeje. Morueta tiene cerca un empresario literario que le hace la competencia. Se trata de Manuel Ranzade, protagonista de Redenta, otra novela que trata de la industrialización de la margen izquierda de la ría de Bilbao, escrita en 1899 por un autor vasco poco conocido, Timoteo Orbe.
Por lo que al ámbito de las relaciones laborales se refiere, la figura de Sánchez Morueta se muestra poco sensible como empleador y agente social, totalmente ajeno a las circunstancias de quienes tiene en nómina. La figura del empresario sin interés acerca de las condiciones de sus empleados no era, evidentemente, una excepción en su entorno. La literatura europea ofrece diversos ejemplos de ello, tales como Gerald Crich (D. H. Lawrence, Women in Love, 1920) Mr. Bounderby (Ch. Dickens, Hard Times, 1854), o, en un primer momento, Mr. Thornton (E. Gaskell, North and South, 1855) o Mr. Moore (Ch. Brontë, Shirley, 1849).
En este sentido, no debe olvidarse además que El Intruso es básicamente una novela social, que trata de una realidad inmersa en un mundo de relaciones laborales conflictivas, donde el autor plantea su particular visión del tema, así como una serie de posibles soluciones al respecto. De este modo se entronca en el género de la novela industrial al estilo inglés (Gaskell, Disraeli, Kingsley o el propio Dickens en Hard Times), o en el crudo naturalismo francés (Zola en Germinal y Travail) o, en el género del socialismo literario norteamericano (por ejemplo Upton Sinclair en The Jungle).
En suma, abogo por reivindicar la validez de las biografías profesionales de Ramón Aguirre y de José Sánchez Morueta como documentos que contribuyan a nuestro conocimiento virtual sobre el pasado económico y empresarial vasco. Resultan de especial interés a la hora de analizar aspectos concretos tales como la empresa familiar, el proceso de quiebra, la innovación empresarial y las relaciones laborales. Y, además, soportan notablemente bien su comparación con otros empresarios de la literatura internacional como fuente de información histórica. Considero especialmente relevante el que la literatura que trata sobre la historia económica vasca sea difundida y pueda tutearse con otras narrativas similares a nivel internacional.
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